SATISH KUMAR




1  PARTICIPAR EN EL PROCESO MÁGICO DE LA VIDA


La vida es un milagro; no podemos explicarla ni tampoco conocerla plenamente, pero sí participar activa y conscientemente en ella sin intentar controlarla, manipularla o subyugarla.
La participación es sencilla. Se nos han dado dos manos maravillosas para cultivar la tierra y producir alimento. Trabajar con la tierra del jardín satisface tanto la necesidad del cuerpo como la del espíritu. La agricultura industrial nos ha quitado nuestro derecho natural a participar en el cultivo de los alimentos. La agricultura a gran escala, mecanizada e industrializada nace de nuestro deseo de dominar la tierra. La agricultura a pequeña escala, natural, local (mejor aún en el propio jardín) es una forma de participar en los ritmos de las estaciones. Idealmente, la tierra hay que cultivarla como un jardín, no explotarla. Habría que liberar a los animales de las cárceles de las granjas industriales. El cultivo de los alimentos es un ejemplo del principio sátvico de la participación. Cocinar la comida y compartirla con la familia, los amigos y otros invitados son actividades tan espirituales como sociales y económicas. La comida rápida nos ha arrebatado la actividad fundamental de participar en el ritual cotidiano de la preparación de los alimentos. El movimiento Slow Food es un gran intento de contrarrestar esta tendencia. La comida lenta es sátvica, es decir, alimentos que fomentan la vitalidad, la salud y la alegría, son blandos dulces y nutritivos;  la comida rápida es tamásica, son alimentos que producen apatía, pesadez y letargo, que son insdípidos, rancios y embriagadores.
La lentitud es una cualidad espiritual. Si deseamos participar adecuadamente en el proceso de la vida y restaurar nuestra espiritualidad, hemos de calmar el ritmo. La paradoja estriba en que sólo cuando vamos más lentos podemos llegar más lejos. Al hacer menos, consumir menos, producir menos, podremos ser «más», celebrar más, disfrutar más. El tiempo es lo que lo perfecciona todo. Date tiempo para hacer cosas, y tiempo para descansar. Busca momentos para «hacer» y también para «ser». La espiritualidad se encuentra en la participación en esta danza del hacer y del ser.

En cierta ocasión, el emperador de Persia preguntó a su maestro sufí: «Por favor, aconséjame. ¿Qué debo hacer para renovar mi alma, vivificar mi espíritu y refrescar mi mente, de modo que pueda sentirme feliz conmigo mismo y ser eficaz en mi trabajo?».
El maestro sufí le respondió: «Señor, ¡duerme todo lo que puedas!».
El emperador se quedó sorprendido. «¿Dormir? No tengo mucho tiempo para dormir», dijo, irritado. «Tengo que dispensar justicia, promulgar leyes, recibir a embajadores, dirigir ejércitos. ¿Cómo puedo dormir cuando tengo tantas cosas que hacer?».
El maestro sufí le respondió: «Señor, ¡cuanto más duermas menos oprimirás!».
El emperador se quedó sin palabras, pues entendió lo que le decía el sabio. Admitió que aquel hombre era directo pero tenía razón.

Las sociedades modernas son como el emperador de Persia. Cuanto más trabajamos, más consumimos: conducimos coches, volamos en aviones, gastamos electricidad, salimos de compras y producimos desperdicios. Cuanto más rápido hacemos tales cosas, más perjudicamos al medio ambiente, a los pobres y a nuestra propia paz mental. La velocidad conduce al control, y la lentitud a la participación. La verdadera participación consiste en vivir y trabajar en armonía con nosotros mismos, con otros y con el mundo natural. La participación no tiene que ver con la velocidad ni con la eficacia, sino con la armonía, el equilibrio y la idoneidad de los actos.


En cierta ocasión preguntaron a Mahatma Gandhi: «¿Qué piensa usted de la civilización occidental?». Él contestó: «¡Que sería buena idea!».
Sí, sería una buena idea, porque toda sociedad que recurre a la guerra para controlar el suministro de petróleo o crea armas nucleares para mantener su poder político, desechando todos los valores del espíritu, no puede definirse como civilizada. ¿Cómo una cultura consumista, codiciosa, levantada sobre un sistema económico injusto e insostenible, puede llamarse civilizada? Lo característico de la civilización es saber mantener el equilibrio entre el progreso material y la integridad espiritual. ¿Cómo podemos considerarnos civilizados cuando las naciones, las culturas y las religiones ni siquiera pueden convivir en armonía? Hemos desarrollado tecnologías que nos permiten llegar a la Luna, pero no la sabiduría suficiente para convivir con nuestros vecinos. Una civilización carente de fundamento espiritual no es civilización.
El modo en que tratamos a los animales es un ejemplo claro de falta de civilización. Las vacas, los cerdos y los pollos viven prisioneros en granjas industriales; a los ratones, los monos y los conejos que viven en laboratorios se les trata como si no sintieran dolor. Creemos que para complacer los deseos humanos podemos abusar de toda forma de vida. El racismo, el nacionalismo, el sexismo y la discriminación basada en la edad ya se han puesto en tela de juicio y, hasta cierto punto, se han reducido, pero el «humanismo» sigue dominándonos. Como resultado, consideramos que la especie humana es superior a todas las demás. Este humanismo es una forma de «especieísmo».
Para crear la civilización con la que soñaba Mahatma Gandhi necesitamos una revolución espiritual. ¿Por dónde empezar? Empecemos con nosotros mismos. La transformación de uno mismo es el primer paso hacia la transformación social, política y espiritual. Todas las transformaciones empiezan en la base y van ascendiendo para abarcar un mundo más amplio. Ésta es la ley del mundo natural. El poderoso roble empieza siendo una bellota que se siembra en tierra. Tras la siembra de la semilla, durante unas pocas semanas o incluso meses nadie sabe si está viva o muerta, o si algún día saldrá a la luz del sol. Pero esa transformación invisible bajo la superficie de la tierra permite a la bellota salir de la tierra bajo la forma de un brote diminuto y tierno. Aún es pequeño, insignificante, pero el roble poderoso nacerá de esa nimiedad.
De igual manera, la transformación social y política nace de las semillas de la transformación personal. Cuando estamos libres del temor y de la angustia, cuando nos sentimos a gusto con nosotros mismos, entonces podemos relacionarnos con la comunidad que nos rodea. A su vez, ese acto de participación personal nos aporta una mayor sensación de plenitud, en un ensamblaje maravilloso de lo personal, lo social y lo político.


EL PUNTO DE RETORNO


A menudo la gente me pregunta: «¿Es usted pesimista u optimista?». Respondo que soy optimista, porque el pesimismo es destructivo. Sé que actualmente el pesimismo está de moda. Los científicos, los ambientalistas y los climatólogos afirman que el desastre está a la vuelta de la esquina, y que se acerca el final de la civilización. Libro tras libro nos dice que hemos pasado el punto de inflexión y hemos llegado al punto del que no hay retorno posible. Los cielos están saturados de dióxido de carbono y la atmósfera llena de los gases que producen el efecto invernadero. Nos dicen una y otra vez que, hagamos lo que hagamos, no podemos invertir el aumento de la temperatura o impedir que el mar inunde Londres. Lo que sucedió con Nueva Orleans sucederá con Nueva York. El calentamiento global no va a menguar. Este escenario oscuro y desesperanzado lo presentan expertos y activistas por igual.
No subestimo la gravedad de la crisis climática. Respeto a los científicos que predicen un futuro catastrófico para la humanidad. Estoy de acuerdo en que nuestro estilo de vida actual, que depende hasta tal punto del uso de combustibles fósiles, pende de un hilo. Si seguimos adelante, caeremos en el abismo. Por tanto, lo único que podemos hacer ahora es dar un paso atrás; yo le llamo «el punto de retorno». Necesitamos regresar a un estilo de vida libre de la perniciosa dependencia de los combustibles fósiles. Actualmente quemamos millones de barriles de petróleo cada día para disfrutar de nuestro alimento, prendas de vestir, hogares, calefacción, electricidad, transporte y ocio. Este estilo de vida no sólo derrocha y es insostenible; también es muy peligroso. La naturaleza tardó doscientos millones de años en crear ese vasto almacén de energía fósil que nosotros hemos casi agotado en 200 años. La velocidad con la que agotamos la energía fósil es increíble.
La civilización, a nivel colectivo, pasa por una noche oscura del alma; atraviesa una crisis ecológica, social y espiritual. En este momento es fácil ser pesimista. Resulta sencillo enterrar la cabeza en la arena y decir que ya es demasiado tarde; hemos alcanzado el punto de no retorno, ya no se puede hacer nada, se nos ha acabado el tiempo. Este pesimismo nace del miedo.
El pesimismo es tamásico porque incapacita. ¿Cómo podemos estar seguros de que es demasiado tarde? Tirar la toalla no es una opción. Los retos del cambio climático, la pobreza mundial y la codicia global son realmente graves. Ahora es el momento de despertar y de unirnos para usar nuestra sabiduría colectiva, nuestra creatividad e ingenio, nuestra imaginación humana, para rediseñar nuestros sistemas económicos, políticos y sociales y fundamentarlos en principios sátvicos, para satisfacer así las necesidades de nuestra época. Esta cultura tamásica, que malgasta, destruye y consume, no es un don de Dios. Se ha desarrollado en tan sólo los últimos 250 años aproximadamente, y dentro del contexto del tiempo evolutivo 250 años es un plazo muy corto. Si los humanos crearon esta situación también pueden cambiarla. Somos capaces de pasar del tamasal sattva; podemos reconstruir nuestra economía en armonía con la ecología. Hemos de ponernos a trabajar con optimismo: el optimismo nace del amor. En este momento tan crítico tenemos la necesidad de reunir nuestro coraje para amar la Tierra, sirviéndola a ella y a sus habitantes. El optimismo capacita e inspira; el optimismo no tiene por qué ser un puñado de ilusiones. El optimismo es la fuente de las buenas acciones. Aceptemos el desafío. El pesimismo es el refugio de los cobardes, mientras que el optimismo es la fuente del valor. El pesimismo engendra pasividad; el optimismo conduce al activismo.
En sánscrito hay una palabra que define el punto de retorno:pratikraman. Su antónimo es atikraman, que quiere decir sobrepasar nuestros límites naturales. Atikraman es lo que sucede cuando transgredimos la ley universal. Volver al centro de nuestro ser o a la fuente de la sabiduría interna es pratikraman. Estos dos términos sánscritos nos proporcionan una herramienta útil para comprender la situación difícil en que se encuentra ahora la humanidad, y nos señalan una posible vía de escape. Es necesaria una profunda introspección para examinar el estado de nuestra psique; hemos de preguntarnos: ¿estamos satisfaciendo nuestra necesidad o cediendo a nuestra codicia? ¿Estamos sanando la Tierra o perjudicándola?
Dentro del contexto del calentamiento global, la adicción al petróleo es atikraman, y el regreso a una energía derivada directamente del aire, el agua y el sol es patrikraman. Una manera de empezar nuestropatrikraman es dejar de utilizar combustibles fósiles. Necesitamos una moratoria sobre la construcción de autopistas y de pistas de aterrizaje. No deberían construirse nuevos hogares desprovistos de aislamiento térmico. Debemos detener la agricultura industrial en todo el mundo. Una vez hayamos puesto el freno al uso de los combustibles fósiles, podremos empezar el proceso de reducción y el viaje de regreso a los recursos renovables. Si planificamos y administramos cuidadosamente nuestro viaje de regreso, deberíamos ser capaces de eludir el desastre predicho. Pudimos reparar el agujero en la capa de ozono al reducir el uso de CFCs; si congelamos de inmediato el uso de los combustibles fósiles y nos preparamos para el viaje de vuelta podríamos mitigar las consecuencias extremas del cambio climático.
Para superar el reto del calentamiento global, hemos de dejar de ser consumidores para ser artistas; hemos de refugiarnos en las artes y en la artesanía. Tal y como defendieron hace mucho tiempo William Morris y Mahatma Gandhi, la artesanía activa nuestra imaginación, estimula nuestra creatividad y nos aporta una sensación de plenitud. La poesía, la pintura, la alfarería, la música, la meditación, la jardinería, la escultura y otras formas de artesanía pueden satisfacer nuestras necesidades humanas básicas, produciendo objetos hermosos y útiles que no exigen el uso de combustibles fósiles. La felicidad humana, la verdadera prosperidad y la vida gozosa sólo pueden nacer de una vida de elegante simplicidad.
Estamos en el punto de retorno de lo burdo a lo sutil, del glamour a la gracia, del hedonismo a la sanación, de la conquista de la Tierra a la conservación de la naturaleza, y de la cantidad de posesiones a la calidad de vida. Ser optimista funciona. 

UN PROGRAMA DE ONCE PUNTOS PARA LA ACCIÓN SÁTVICA


Resulta fácil sentirse impotente al vivir a la sombra de los intereses políticos, consumistas y empresariales que ejercen semejante poder rajásico sobre nuestras vidas y sobre el entorno. Cuando nos preocupamos por la situación en que se encuentra el mundo natural, instintivamente surgen en nosotros determinadas preguntas: «¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo introducir cambios? ¿Cómo conseguir que se escuche mi voz? ¿Cómo puedo llevar una vida sátvica?».
La respuesta de Mahatma Gandhi fue muy sencilla y directa: «Sé el cambio que quieres ver en el mundo». Si no existe un cambio personal, la transformación política y empresarial seguirá siendo superficial e inadecuada. Está claro que sin que medie la acción individual esos cambios mayores nunca tendrán lugar. El cambio político sólo llegará cuando haya un gran número de personas que empiecen a practicar lo que creen. Cuando haya un mar de fondo de opinión lo bastante grande, cuando haya muchas personas actuando desde la base, los gobiernos se verán obligados a promulgar nuevas leyes y a forzar transformaciones de arriba abajo.
Éste es mi programa de once puntos para la acción sátvica. Todos nosotros podemos empezar a vivir en nuestra comunidad los valores sátvicos. Todos podemos dar esos pocos pasos sencillos para combatir los valores rajásicos del consumismo, abordar el problema del calentamiento global y empezar a vivir una vida llena de alegría.

1. Cambiar nuestra actitud

Nuestra cultura industrial se centra en el ser humano y es utilitaria. Valoramos la naturaleza por la utilidad que tiene para nosotros. Si queremos tener un futuro sostenible, hemos de cambiar este punto de vista. Hemos de admitir que toda vida tiene valor intrínseco. Sin cambiar nuestra actitud personal hacia el mundo natural no podremos obtener un estilo de vida sátvico y sostenible. En lugar del cálculo utilitario, necesitamos un paradigma del mundo reverente, respetuoso. Entonces destruiremos, envenenaremos y mataremos menos, y protegeremos, respetaremos y celebraremos más.

2. Vivir con sencillez

Tener un alto nivel de vida —medido por el dinero y las posesiones materiales— se ha convertido en la finalidad de la sociedad moderna. Para llevar una vida respetuosa con el entorno hemos de orientarnos hacia la calidad de vida. Dicho de una forma más directa: hemos de empezar a vivir con mayor sencillez, de modo que otros puedan, sencillamente, vivir. Cualquier necio puede complicarse la vida; hace falta inteligencia para simplificarla.

3. Consumir menos

Hace cincuenta años la población mundial era de tres mil millones de personas. Ahora se ha duplicado, y los seres humanos, con el índice de consumo actual, excedemos la capacidad de la Tierra, algo por lo que tendremos que asumir una responsabilidad personal. Un occidental consume cincuenta veces más que una persona del Tercer Mundo; esto, en la práctica, significa que la población occidental se multiplica por cincuenta. Por tanto, debes vivir con más sobriedad, tomando de la naturaleza sólo lo que haga falta, de modo que dejes una huella menor en el mundo. «En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, pero no para la codicia de nadie», dijo Mahatma Gandhi.

4. No derrochar

Derrochar es un pecado contra la naturaleza, una maldición de la vida moderna y una cualidad tamásica de primer orden. Cada día se arrojan al mundo natural millones de toneladas de desperdicios, algo que el mundo no puede asimilar. La montaña de cocinas, lavadoras, neveras, ordenadores y televisores crece seis millones de toneladas al año, un índice que se calcula que se duplicará en 2010; la mayor parte acaba enterrado, desperdiciando recursos y creando riesgos para la salud y para el medio ambiente. Millones de botellas y de bolsas de plástico atascan y asfixian los ecosistemas, contaminando ríos y océanos. Por tanto, usar objetos de segunda mano, reparar y reciclar deben considerarse grandes virtudes sátvicas. Un paso muy sencillo consiste en reutilizar las bolsas de plástico, o llevar una bolsa de tela cuando vamos de compras. Otro es redescubrir la vieja máxima «arréglatelas y arregla», resistiéndonos a la tentación de reemplazar los utensilios (cocinas y aparatos viejos) y los muebles cuando los viejos aún puedan ser de utilidad. Al hacerlo, contrarrestaremos el consumismo.

5. No usar productos perjudiciales

Cuando limpiemos la casa y lavemos la ropa, usemos productos biológicos, que no contaminen el medio ambiente. Al edificar, elaborar prendas de vestir y muebles, demos preferencia a los materiales naturales y locales.

6. Caminar

Nuestras vidas se han vuelto dependientes de los coches, incluso para cubrir distancias cortas. La falta de ejercicio fomenta la obesidad y la mala salud. Vivimos en casas, nos desplazamos en coches y trabajamos en oficinas; apenas entramos en contacto con el mundo natural. Pero si no conocemos, no vemos y no experimentamos la naturaleza, ¿cómo podremos amarla? Y si no amamos la naturaleza, ¿cómo podremos protegerla? Por tanto, pasear en la naturaleza, dedicar unas vacaciones al senderismo o ir andando al trabajo pueden ser vías de acceso real a la vida sátvica.

7. Hacer el pan

Gandhi defendía la elaboración en casa de las prendas de vestir, hilando y tejiendo, como una forma de desafiar al consumismo, entroncarnos en la tradición y proclamar las virtudes de la simplicidad. Para nosotros, hacer nuestro propio pan puede cumplir el mismo propósito.

8. Meditar

Nuestras vidas son demasiado ajetreadas y estresantes. La presión del trabajo, la búsqueda del éxito, la sed de prosperar, el exceso de información… todo esto aumenta nuestro nivel de estrés. Para recuperar el equilibrio, hemos de tomarnos algún tiempo durante el día para renovarnos, para desarrollar nuestra alma, para reflexionar, para dedicarnos a la creatividad y para mantener una relación correcta con el mundo natural, de modo que podamos desarrollarnos y crecer. Cada día, durante al menos media hora, necesitamos estar solos, en calma y en silencio, para que el resto del día se fundamente en la tranquilidad sátvica.

9. Trabajar menos

A pesar de la producción en masa, la industrialización, la automatización y la mecanización, padecemos un exceso de trabajo y a menudo estamos agotados. Con demasiada frecuencia, cuando la gente vuelve a casa del trabajo no tiene fuerzas más que para sentarse delante del televisor. A pesar de nuestra riqueza y de nuestro crecimiento económico sin precedentes, nuestro trabajo nos esclaviza. Para gozar de un futuro sostenible hemos de trabajar menos, hacer menos, gastar menos y ser más. Reduzcamos el ritmo y vayamos más lejos. Espontáneamente nacerán relaciones personales, celebraciones y alegría. La vida sostenible es una vida gozosa. El sistema actual de deudas, pago de hipotecas y otras obligaciones nos lleva a trabajar más, pero si fuéramos conscientes, podríamos rediseñar nuestras vidas para crear un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida. ¡Querer es poder!

10. Estar informados

Nadie puede trazarte un plano detallado para llevar una vida sátvica; cada uno de nosotros debe desarrollar sus propias ideas. Pero podemos basarnos en todos las nuevas ideas en este campo. Hay libros, revistas y cursos que pueden ayudarnos. Encontremos momentos para estudiar.

11. Organizarse

Los intereses creados siempre encontrarán un modo de engañar a las personas y de buscar unos beneficios y un poder que perjudican al mundo. Por tanto, hemos de estar despiertos y alerta, y denunciar los actos explotadores de los poderosos: ¡digamos la verdad a quien ostenta el poder! Pero esas protestas no pueden ser individuales; hemos de solidarizarnos con las organizaciones que luchan por un futuro sostenible. Elige una organización que encaje con tu forma de ser y colabora con tu comunidad local. Forma un grupo local e interésate en la política local, organiza, expresa y comparte tus inquietudes con otros. 

LA PARADOJA DE NUESTRO TIEMPO

Tenemos casas más grandes, pero familias más pequeñas;
Más comodidades pero menos tiempo.
Tenemos más títulos, pero menos sentido común;
Más conocimientos, pero menos criterio;
Más medicinas, pero menos salud.
Hemos ido a la Luna y hemos vuelto,
Pero nos cuesta cruzar la calle para conocer a los nuevos vecinos.
Hemos construido ordenadores que almacenan más información
Para reproducirla más que nunca,
Pero gozamos de menos comunicación.
Nos hemos excedido en cantidad,
Quedándonos cortos en calidad.
Es la era de la comida rápida y la digestión lenta;
De hombres altos pero de poco carácter;
De los grandes beneficios y las relaciones superficiales.
Es la era en que hay mucho en el escaparate,
Pero nada en el interior

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